Dice el refrán que la mirada es el espejo del alma, y desde la antigüedad encontramos registros sobre el cuidado de la misma y en especial de la importancia que cobraron las pestañas.
Las primeras informaciones datan del antiguo Egipto, donde tanto mujeres como hombres cuidaban su mirada por igual. Para lograr dar volumen a sus pestañas utilizaban una pasta que conseguían tras mezclar khol, agua, barro y hormigas machacadas o estiércol de cocodrilo. Además, también se realizaban el delineado con Khol cerca de la base natural de las pestañas en una mezcla entre protección solar y el misticismo de alejar a los malos espíritus de la vista.
La influencia de los egipcios cruzó fronteras, llegando a la antigua Roma y consiguiendo que los romanos utilizaran el maquillaje en sus pestañas tanto para sus ceremonias religiosas como por moda. Estos últimos sofisticaron la formula y lo consiguieron mezclando kohl con corcho quemado. Como curiosidad el filósofo romano Plinio El Viejo, afirmó que las mujeres que abusaban del sexo se quedaban sin pestañas, por ello, se buscaba tener unas pestañas más poblabas y así, probar su castidad.
Durante la edad media la frente era de las partes más deseadas y destacables de la anatomía femenina, por ello las mujeres se depilaban hasta no dejar rastro ni de cejas ni de pestañas.
Con la llegada de la reina Victoria al trono en 1837, el maquillaje recuperó el uso y esplendor de otras épocas y las pestañas largas y negras se convirtieron en un must de todo look deseable. Desde entonces, las pestañas han ido evolucionando con la moda en ocasiones más espesas, en ocasiones más largas o como las icónicas pestañas de Twiggy.
El uso de pestañas postizas ha ido en aumento desde finales del 2000, han dejado de ser uso exclusivo del cine o fotografía para utilizarse en los looks de millones de personas en el mundo.